
Finalmente no era más que eso, mi eterno sobrenombre un anagrama del de ella, jugaste con nosotras, jugaste con ella, te enredaste conmigo y quedamos así.. pendidos en el aire, sin saber si ibamos o no a caer, sin saber cuándo, ni qué tan lejos de nosotros estaba el suelo.
Debo reconocer que aún no sé qué tan lejos es que está el suelo, pero temo que sea mucho, temo muchas cosas, temo que el dolor no se pase ni con una, ni con dos, ni con tres canciones al oído, temo que las palabras no se borran, temo que los hilos son demasiado frágiles y temo además que nada de esto lo sabemos, por último si tú lo supieras, yo podría tener miedo, pero vos estarías seguro... hoy ni eso, ni vos, ni yo, ni nadie lo sabe, ni ella tampoco, por supuesto (pero eso es demasiado obvio).
Quizás en algún momento exista un él en todo esto, y no hará más que complicar las cosas, pero hacerlas más justas, o más injustas, cómo saberlo. Conociendote, conociendome y conociendo lo mal que todo esto ha salido siempre, habrá un él, pero ella ya no estará, ni siquiera será otra ella, entonces vos pensarás estas cosas que ahora yo pienso... y nos vamos así, jugando con las letras que todo lo entorpecen, dandonos más vueltas que trompos en fiestas pátrias, queriéndonos a destiempos, buscándonos a destiempos, regalándonos ternuras a destiempos... como hechos para jugar un juego que no podemos ganar, que nos fue prohibido a partir de las reglas, pero que ciegamente insistimos en jugarlo, sin ver que de cuando en cuando nos hacemos daño sin querer.
De mi puedes saberlo todo, mis errores, mis alegrías, mis tonteras, mis niñerías, pero jamás sabrás que de cuando en cuando en las noches ciertos lagrimones nacen de tu ausencia.
Jugemos amor, jugemos hasta que se nos acaben los días, que algún día quizás por algún otro error que aún no cometemos, podemos ganar el juego, no pierdo la idea de que algún día vamos a coincidir, entonces escribirás mi eterno sobrenombre, y jugando con las letras volverás en algún momento al pasado al encontrar su nombre en el anagrama, y reiremos porque al fin jugamos con las letras y no con nosotros mismos.
No renuncio a pensar en el final feliz, quizás de ahí viene la primera tristeza.
Debo reconocer que aún no sé qué tan lejos es que está el suelo, pero temo que sea mucho, temo muchas cosas, temo que el dolor no se pase ni con una, ni con dos, ni con tres canciones al oído, temo que las palabras no se borran, temo que los hilos son demasiado frágiles y temo además que nada de esto lo sabemos, por último si tú lo supieras, yo podría tener miedo, pero vos estarías seguro... hoy ni eso, ni vos, ni yo, ni nadie lo sabe, ni ella tampoco, por supuesto (pero eso es demasiado obvio).
Quizás en algún momento exista un él en todo esto, y no hará más que complicar las cosas, pero hacerlas más justas, o más injustas, cómo saberlo. Conociendote, conociendome y conociendo lo mal que todo esto ha salido siempre, habrá un él, pero ella ya no estará, ni siquiera será otra ella, entonces vos pensarás estas cosas que ahora yo pienso... y nos vamos así, jugando con las letras que todo lo entorpecen, dandonos más vueltas que trompos en fiestas pátrias, queriéndonos a destiempos, buscándonos a destiempos, regalándonos ternuras a destiempos... como hechos para jugar un juego que no podemos ganar, que nos fue prohibido a partir de las reglas, pero que ciegamente insistimos en jugarlo, sin ver que de cuando en cuando nos hacemos daño sin querer.
De mi puedes saberlo todo, mis errores, mis alegrías, mis tonteras, mis niñerías, pero jamás sabrás que de cuando en cuando en las noches ciertos lagrimones nacen de tu ausencia.
Jugemos amor, jugemos hasta que se nos acaben los días, que algún día quizás por algún otro error que aún no cometemos, podemos ganar el juego, no pierdo la idea de que algún día vamos a coincidir, entonces escribirás mi eterno sobrenombre, y jugando con las letras volverás en algún momento al pasado al encontrar su nombre en el anagrama, y reiremos porque al fin jugamos con las letras y no con nosotros mismos.
No renuncio a pensar en el final feliz, quizás de ahí viene la primera tristeza.
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