Y una noche, leyendo Historia personal en Francia, de Francois George, me encontré nada menos que con la siguiente frasecita: Qué hacer cuando se es poeta y el ideal le juega a una la mala pasada de sustituirse a la realidad; cuando el ideal es lo suficientemente perverso como para presentársele a uno al alcance de la mano, como si se tratara de un utensilio... Cerré el libro despacito, para no arrojarlo por la ventana y romper el vidrio, porque la ventana estaba cerrada, y despacito, también, me dije, al mismo tiempo, la cagada, Martín Romaña, Octavia de Cádiz no era real, era un ideal, fue una quimera. Otros, Martín Romaña, se ganan la lotería, tú en cambio te ganaste el gordo de la vida, la quimera, nada menos que la quimera, Martín Romaña. Despacito, también, llamé a un médico y estuve un mes sin fumar. Pero nada ni nadie pudo con mi taquicardia galopante. Y, a la vez moría porque no moría, moría porque no había llegado a ser un caballero enchapado a la antigua. Mi estado era el de una verdadera, inútil e interminable desembocadura.
[Alfredo Bryce Echenique, El hombre que hablaba de Octavia de Cádiz]
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