Taller #3

Leo un poema de Brecht mientras lo miro de reojo sin que se de cuenta, el vaso de vino aún no está vacío y Brecht tartamudea, ha sido una larga semana, todo para llegar a este momento en el que el poema y él se van haciendo uno pero ninguno lo sabe.

Con paso firme se pasea hoy la injusticia.
Los opresores se disponen a dominar otros diez mil años más.

El señor del seminario hablaba y hablaba, de Dios, del Calvinismo, de la Historia y la historia, de las religiones, de la economía de mercado, y él que no llega. ¿Está ocupado ese asiento? Ehh sí, sí, un amigo, ya viene. En realidad no tenía por qué venir, lo había invitado y qué más, igual que a mis otros dos amigos que estaban sentados al lado mío. Pero es distinto Natalia, asúmelo, es distinto.

La violencia garantiza: Todo seguirá igual.
No se oye otra voz que la de los dominadores,

y en el mercado grita la explotación: Ahora es cuando empiezo.

Si yo no fuera tan inseguro te habría dado un beso, y yo me quedé sin saber que decir esa noche, no sabía que hacer, miraba las ramas de los árboles tratando de encontrar entre medio alguna estrella que me ayudara con la respuesta, pero no había nada. Quizás no había respuesta.

Y entre los oprimidos, muchos dicen ahora:
Jamás se logrará lo que queremos.

¿Por qué no?, la pregunta llevaba casi una semana rondando en mi cabeza con respuestas tan ridículas como el precio del pan o el color de las nubes. Y después del seminario encontré la respuesta más ridícula de todas. Porque puede que me quiera.

¡Natalia, deja de hacerte la intelectual y siéntate con nosotros!
Pero todavía queda vino, y poema y él, ya iré, pienso, cuando se desocupe el asiento que está al lado de él.

Quien aún esté vivo no diga jamás.
Lo firme no es firme.
Todo no seguirá igual.

Entonces ¿qué? Mirar como llega, me busca con la mirada y se sienta a mi lado. Cómo su mano da vueltas y vueltas intranquila y yo que lo miro de reojo como ahora, y le quiero dar la mano, pero no me atrevo, pero es difícil, porque al lado mío el Pablo, porque el señor de barba ya está hablando de la economía y de los que dominan y tengo que tomar apuntes. Y de pronto una sonrisa así de la nada

Cuando hayan hablado los que dominan,
hablarán los dominados.
¿Quién puede atreverse a decir jamás?

Esa otra noche me fue a dejar hasta la Estación y eso que él iba para otro lado, caminamos como media hora, media hora en la que tampoco me atreví a tomarle la mano. Ni a confesar tanta cosa que se me atoraba en la garganta.

¿De quién depende que siga la opresión? De nosotros.
¿De quién que se acabe? De nosotros también.

Llevo toda una semana pensando que quizás hubiese sido mejor que me diera el beso a que saltara con ese montón de palabras encima mío, y ahora por tercera vez soy incapaz de ir y tomarle la mano.

¡Que se levante aquel que está abatido!

El vino se acaba y los recuerdos, los recuerdos nunca se acaban.

¡Aquel que está perdido, que combata!

En el camino veremos, no sé de qué hablábamos cuando lo dijo, ah si, hablábamos de la vida, del mundo entero, de la educación, de la salud, de la lucha, de todo esto que Brecht me va diciendo al oído.

¿Quién podrá contener al que conoce su condición?

Y ya que importa si es el vino, la lluvia o la cerveza, qué miedos pueden existir cuando un hombre y un poema se hacen uno ahí donde sólo queda el sonido de una respiración más fuerte en la pieza con tantas respiraciones y el asiento que se desocupa y mi mano que se acerca impaciente, su otra mano que busca mi cuello de una forma tan natural.

Pues los vencidos de hoy son los vencedores de mañana
y el jamás se convierte en hoy mismo.

Se va la micro de la Estación.
Se acaba el seminario.
Se termina el poema.
Tomo tu mano.
Habrá que celebrar con vino esta noche.