viernes, enero 22, 2010

Fava y la muerte

Andrés miraba el cuerpo, el cabello oscuro, corto y desaliñado, los zapatos sucios, las largas piernas. Una mano (enorme, flaca) descansaba en una rodilla: la otra estaba boca arriba, comopidiendo. Por entre las pestañas salía un reflejo verdoso. "Quién será", pensó. "Y por qué de golpe --" Cerró los ojos, tambaleándose ligeramente. El vendedor López lo miró con inquietud. Andrés abrió los ojos al sentir la quemadura del amoníaco en la nariz. Respiró fuerte, sonriendo.
-Vamos, no es nada -dijo, rechazando la esponja-. ¿Quién es este hombre?
-No sé -dijo el vendedor López-. Venía seguido pero no tenía cuenta. Parece muy joven, yo a veces lo atendía.
Los otros miraban. Andrés oyó otra vez el capoteo a su espalda, el murmullo. Antes de irse -porque realmente él no tenía nada que hacer ahí -- parado a los pies del sofá miró al muerto, abarcándolo entero. Le pareció que la mano palma arriba se cerraba imperceptiblemente; pero era un efecto de luz.

Sentado en un paldaño de la escalera y apoyándose contra la pared, veía los zapatos que subían y bajaban corriendo. Pasó el vendedor Osvaldo conj el vaso de agua reclamado. Pasó el joven pálido del teléfono.
No sé qué pensar -murmuró Andrés-. Si se ha muerto en el buen momento, o si hubiera merecido seguir un poco más. ¿Qué derecho tenía de morirse así, justamente ahora? Esto es un escamoteo.
Se sentía irritado, seguía viendo esa cara tan blanca y sin relive, de pómulos salientes, mentón débil y sienes hundidas. "Escapista", pensó, colérico. "Entre la niebla y las Ochenta Mujeres, escapista. Cobarde." Y la ternura lo ganaba. Ahora veía mejor la flaca figura en los pasillos del Odeón, se acordaba de un choque involuntario y un cambio de excusas, frente a la boletería de un cine. Siempre solo, o hablando con amigos pero solo. ¿Quién era? Pensó si habría dejado algún libro, alguna música. Sonriendo, dolido, se reprochó esa necesidad de calificación. Todo lo que podía decir, todo lo que valía, era la frase de Marlow al hablar de Lord Jim: He was one of us. Y no ayudaba mucho, realmente.
"Bueno", pensó, "ahora se va a podrir. Pasará por todas las etapas de un cadáver correcto" -- y era curioso porque se veía a sí mismo, pensaba en el muerto pero era a él mismo a quien se estaba viendo descomponerse. ¿Por qué no? Si de algo se podía tener seguridad era de esa saponificación final; preverla (aunque todo el cuerpo tirara para atrás como un caballo que huele osamenta) era casi una completación moral. Llevar hasta su última instancia el sentimiento de la vida, de haber sido un hombre "No me acabo con la muerte", pensó, quemándose la boca en el cigarrillo. "Yo he sido mi cuerpo y le debo la lealtad de acompañarlo hasta el final. La imaginación va hasta la calle, hagamos el camino. Si me acabo con la muerte, esto que estoy sintiendo vivir y que es yo, horriblemente sigue noches y noches, hinchándose, creciendo, desgarrándose, reduciéndose-- Lo menos que puedo hacer es prever su destrucción, mirarla desde la vida. Ah, Orcagna, pintor de putrefacciones--"
Pasaban gentes a su lado, mirándolo de reojo. Uno iba con un maletín. Ya habrían dado con el médico. "Para qué", pensó Andrés. "Le van a pinchar los brazos y el pecho, le va a meter coramina para mostrar su eficiencia, lo va a sacudir y desnudar y envilecer." Tenía ganas de volverse, de gritarles que el hombre estaba muerto. Todos lo sabían tan bien, todos esperaban que el desmayo no fuera nada.
-Me estoy poniendo viejo -murmuró Andrés-. Sentimentalizo todo lo que toco.
Desde su escalón veía a la gente comprando libros, a Arturo que se afanaba en su sección. Acababan de abrir las puertas como si hubiera menos niebla, pero no se oían ya los parlantes de la calle. Pasó el vendedor Osvaldo, con el mismo vaso de agua. Andrés vio que el vaso estaba lleno. "Qué raro que no se le haya ocurrido tirarlo en la bañadera." Le vino la idea horrible de que a lo mejor estaban metiendo al muerto en la bañadera, para que reaccionara. "Pero claro, si ya tiene la forma necesaria." Ars moriendi, pero morir no es un arte. "Ese día que supe que ya he muerto otras veces---" tan claro, tan sin solemnidad; no un espectáculo, como los sueños, más bien un pasaje liviano, un pájaro: la muerte repetida,
volvedora.
"Podrirse otra vez, tantas veces como se vuelva. Rescate forzoso de una temporada de sol"
Te Sunne who goes so many miles in
a minut, the Starres of de Firmament,
which go so many more, goe not so fast,
as my body to the earth
Donne
"Chantaje del alma, monsergas", pensó Andrés. "Las trompeta resucitarán los cuerpos. ¿No está dicho así? De ellos era todo el sol, todo el espacio. Cada muerte niega el mundo: yo no soy mi muerte, soy el mundo, lo sostengo como una naranja contra el sol. No soy mi muerte: la lanzo al fondo de mí, a lo tan lejano que no tiene situación; es mi límite, como el límite de mi cuerpo no es mi cuerpo - aunque lo recorte del aire y lo haga ser-"
"Morirse es como escribir", pensó Andrés. "Sí, Pascalito, vaya si morimos solos." Se acordaba de sus primeros cuadernos de ensayos, sus torpes novelas. Todo lo que de ellos hablaba con los camaradas; las ideas, la discusión del planteo, los ambientes. Y después su piecita, el mate amargo, la alta noche; a veces su gato negro sobre las piernas, ajeno pero tan tibio. Solo, frente al cuaderno; sin testigos. Como al morirse, porque los empleados no habían visto morir al desconocido, sólo derrumbarse. Tal vez él, en ese momento estaba con otros, pensaba en otros; tal vez su última imagen había sido el lomo de un volumen o el ruido de unos tacos apurados, a su espalda. "Si por lo menos un libro alcanzara la dignidad de una muerte", pensó Andrés, " y a veces viceversa--" Qué tentación de metáfora, cómo la muerte invitaba a abrazarla con palabras, traerla un poco del lado de la calle, inferirle atributos para negar sus negativas.
"Después de todo, moriri no será asunto mío", pensó Andrés, burándose, apretada la garganta por el recuerdo del hombre allá arriba. "Si algo soy es vida, no te parece. Estoy vivo, soy porque estoy vivo. Entonces no veo cómo puedo dejar de vivir sin dejar de ser lo que soy. Oh razón, oh maravilla.
Qué claramente se sigue que
si al morir no soy yo
el que se muere es otro. ¿Y qué me importa entonces? Le puedo tener lástima desde ahora, tenérsela ahora. Es ahora que me duele que ése que fue yo esté muerto. Pobre, tan meritorio. Escribía y todo. Con un futuro tan pluscuanperfecto..." Encendió otro rubio, mirando con sorpresa cómo le temblaban los dedos. Abel estaba delante de los libros de economía, con las manos en los bolsillos
pero sí pero sí con las dos manos en los bolsillos
y negaba suavemente algo que debía estar pensando, el chambergo azul se columpiaba sostenidamente. Andrés lo olvidó, la figura tendida en el sofá se alzaba, dura e inútil. Cadáver, horrible estorbo.
"Ese muchacho debería venir a sentarse a mi lado", pensó Andrés. "Dejar al otro en el sofá
si no lo han metido en la bañadera
venirse a este salón y decirme: Se murió; pero a mí, que era su vida, qué más me da." "Y fumaríamos juntos."
Si no venía, ojo, si no venía,
entonces era grave. "Si no viene es que no basta con pensar en esto; algo atroz impido la escisión. El vivo se va con el muerto... Pero no puede ser, no es justo, no es digno. Acabo de sentir tan claramente que no soy yo el que morirá un día... No puede ser que él, de alguna manera, airo o imagen, o sonido, no esté aquí, no ande libre..."
Bajó la cabeza, cansado. "Pero si no has hecho más que argüir, que fabricarte un doble como otros un alma. El ka, viejito; llegas tarde, te repetís..." Y sin embargo había sabido que sólo la vida era suya, era él, y que lo otro...
-Entonces es el despojo -murmuró tirando el pucho y pisándolo-. Basta de fantaseo. No le pidas al discurso lo que es del canto. Lindo, ¿no? Las cinco y diez, los chicos, el examen. Arriba, vitalista.
La risotada de Arturo lo esperaba al pie de la escalera.
-¿Te lavaste la cara vos también?
-No, y eso que me hace falta -dijo Andrés mirando su pañuelo mojado y sucio-. Me pareción que no correspondía que yo, sólo conectado al Ateneo por alguna recuentación y el diez por ciento de descuento...
-Bah, están locos -dijo Arturo, agitándose-. El idiota de Gómara me quería hacer ir. Son tarados, che.
-Lavarse no está nunca de más -dijo Andrés-. Yo que vos iría. Se ha puesto muy divertido, con un muerto y los primeros auxilios.
-Avisá -dijo Arturo, mirándolo de reojo.
-Andá a ver, si no creés.
-Me estás tomando el pelo. -Lo miraba sin mirarlo, conteniéndose. De golpe soltó una risa (pero Andrés reconoció la calidad quebradiza, la otra procedencia del sollozo), y se largó escalera arriba. Alzando despacio la cabeza, para darle tiempo a llegar, siguió su carrera; iba pegado a la barandilla y no se desvió al cruzarse con el vendedor López. Apartándose, el vendedor López lo miró correr. Derás de él venía el médico del maletín.

[Julio Cortazar, El examen]

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