jueves, enero 21, 2010

-Vas bien -dijo Clara, suspirando- pero sos tan confuso.
-Confuso es esto que quiero decir. Convecéte, cronista. El horror de la existencia lo vio Rimbaud mejor que nadie: "Moi, es clave de mon baptême". Te criás en la estructura cristiana, reducida no más que a un cascarón de tortuga donde te vas estirando y ubicando hasta llenarlo. Pero si sos un conejo y no una tortuga, es evidente que estarás incómodo. Las tortugas, como el gran Dios Pan, han muerto, y la sociedad es una ciega nodriza que insiste en meter conejos en el corsé de las tortugas.
-Buen símil -dijo Clara con la boca llena de imperial ruso.
-Te criás fajado por las grandes ideas fijas, pero un día hacés tu primer descubrimiento personal, y es que esas ideas no parecen ser muy aplicadas en la práctica; y como no sos sonso y te gusta vivir, ocurre que deseás la libertad de acción. Zas, ya te topaste con las ideas, con tu bautismo. No en forma de decretos exteriores
fijáte que esto es importante. No en forma de compulsiones prácticas, que son las que desesperan a los rebeldes de pacotilla,
pues aunque estén en esa forma -como que lo están- siempre se las puede burlas más o menos,
sino que te las encontrás en vos mismo: tu bautismo, viejo.
-Las furias de Orestes -dijo Clara.
-Sos cristiano -dijo Juan-. Sos el occidente cristiano desde la manera de cortarte las uñas hasta la forma de tus banderas de guerra --
Atrapado, empieza el jadeo. Imagináte un águila educada entre ovejas, y que un día siente la presencia y la necesidad de sus fuerzas de águila,
o al verse (porque no se debe ser soberbio),
imaginátelo y ahí tenés la cosa.
-Esta bien -dijo el cronista-. Lo malo es que no tiene arreglo.
-Eso es lo de menos -dijo Clara-. Lo que importa es que sea así, indubitablemente así, limpiamente así. Lo que no es seguro.
-Me parece que sí -dijo Juan-. Por lo menos mi persona me induce a creerlo. Cada gesto auténtico se ve frenado, desanimado por un conformismo de mi naturaleza. A cada minuto, cuando decido: "Mañana --!, surge mi rebelión. ¿Qué es mañana? ¿Y por qué mañana? Entonces el reloj suizo echa a andar, aceitado y perfecto, y el cucú que tengo aquí en la cabeza me canta: "Mañana es un nuevo día, amanecerá nublado con temperatura en sostenido ascenso , en sol sale a las seis veintidós, día de Santa Cecilia. Te levantarás a las ocho, te lavarás --"
Fijáte que eso solo: te levantarás,
te lavarás
eso solo es tu bautismo, los grilletes, la estructura occidental.
-¿Y te sentís tan mal por eso? -dijo el cronista-. La técnica está en levantarse a las once y frotarte la cara con alcohol.
-Eso es idiota y no engaña a nadie. Mirá, si se nació oveja hay que vivir oveja, y el águila precisa sitio para decolar a fondo. Yo podré tener la forma de la lata en que me han envasado desde que Jesús se convirtió en el tercer ojo de los occidentales; pero una cosa es la lata y otra la sardina. Creo saber cuál es mi lata; ya es bastante para distinguirme de ella.
-De distinguirla a escaparse...
-No sé si es posible escaparme -dijo Juan-. Pero sé que mi deber para conmigo es hacerlo. Aquí los resultados cuentan menos que las acciones.
-Tu deber para contigo -murmuró Clara-. ¿Sólo con vos mismo para realizarte?
-Sólo cuento conmigo, y aun así en pequeña parte -dijo Juan-. De mí tengo que descontar al enemigo, a ese que fue criado para que matara mi parte libre. A ese que debía ser bueno, querer mucho a su papito, y no treparse en las sillas o en los zapatos de las visitas. Cuento con tan poco de mí mismo; pero ese poco vela, está atento. Baudelaire tenía razón, cronista; es Caín, el rebelde, el libre, quien debe cuidarse del blandísimo, del viscoso y bien educado Abel--
Miró fijamente a Clara.
-A propósito -dijo Clara-. Pero seguí, no te interrumpo.
("No es viscoso", pensó con una ternura absurda.)
-Ya está todo dicho -dijo Juan-. Me alegro de no tener un Dios. A mí nadie me va a perdonar; y nada puedo hacer para que el perdón me sea otorgado. Corro sin ventaja, sin el gran recurso del arrepentimiento. De nada me valdría arrepentirme, porque en mí mismo no hay perdón. Es posible que tampoco haya arrepentimiento; pero entonces el destino es absolutamente mío: yo sé, al faltar a mi tabla de valores, que lo hago; y sé y supongo por qué lo hago; y mi hecho es irremisible. Si me arrepintiera, sería inútil lo mismo; caería en la autocompasión o la casuística; antes me muera cien veces.
-Eso se llama orgullo -dijo el cronista, sumando los tickets.
-No, eso se llama ser uno mismo, andar solo y tenerse fe. Porque creo que sólo el que no va a patinar es capaz de prever con tanta claridad su riesgo; y viceversa.
-Pequeño Orestes sartriano -se burló el cronista, con cariño.
-Gracias -dijo Juan-. Muito obrigado.


[El Exámen, Julio Cortazar]

No hay comentarios.:

Publicar un comentario