-La verdad es que aquí la gente está siempre ansiosa -dijo Juan-. Lo malo es que los motivos de su ansiedad suelen ser tan importantes como la pava del mate (andá a ver si ya hirvió, apuráte, seguro que ya hirvió, Dios mío, uno no se puede descuidar ni un minuto...).
-Che, el mate es una cosa importante -dijo Andrés.
-O el miedo a perder el tren, aunque salga uno cada diez minutos. Mirá, una vez me aboné a un ciclo de cuartetos. A mi lado había una señora que en todos los conciertos se iba antes de que empezara el último movimiento del último cuarteto. Como ya éramos amigos, la tercera vez me explicó que si perdía el tren para Lomas de Zamora tendría que esperar veinte munutos en Constitución. Y así cambiaba veinte minutos por el Assez vif et rhytmé de Ravel.
-Peores cosas se han cambiado por un plato de lentejas -dijo Andrés- Fijáte que de una manera u otra el hombre repite siempre los crímenes básicos. Un día es Ixión y al otro un pequeño Macbeth de oficnia. Pensar que después nos atrevemos a solicitar certificado de buena conducta.
-Tal vez por eso yo siempre tengo miedo cuando entro en la policía -dijo Juan-. Nadie tiene el protuario en blanco, che.
-Andá a saber -dijo Andrés- si las cosas que tomamos por desgracias o enfermedades no son simplemente sanciones. Me imagino que el viejo Freud no decía otra cosa, pero yo pienso ahora en la calvicie, por ejemplo. ¿No te parece que a lo mejor los calvos sucumben a un inconsciente-Dalila, o que los artríticos se dieron vuelta a mirar lo que no debían? Una vez soñé que me castigaban con la pena capital. Entendé que no aludo a la muerto: todo lo contrario. La pena era capital porque consistía en vivir del otro lado del sueño, acordándome todo el tiempo que lo había olvidado, y que el castigo era eso, haberlo olvidado.
-Abel hablaba así a veces -dijo Juan-. Su nombre sindicaba como víctima jugosa. Tal vez por eso anda con ganas de dar vuelta los papeles, se hace el malo con los espejos.
-Che, el mate es una cosa importante -dijo Andrés.
-O el miedo a perder el tren, aunque salga uno cada diez minutos. Mirá, una vez me aboné a un ciclo de cuartetos. A mi lado había una señora que en todos los conciertos se iba antes de que empezara el último movimiento del último cuarteto. Como ya éramos amigos, la tercera vez me explicó que si perdía el tren para Lomas de Zamora tendría que esperar veinte munutos en Constitución. Y así cambiaba veinte minutos por el Assez vif et rhytmé de Ravel.
-Peores cosas se han cambiado por un plato de lentejas -dijo Andrés- Fijáte que de una manera u otra el hombre repite siempre los crímenes básicos. Un día es Ixión y al otro un pequeño Macbeth de oficnia. Pensar que después nos atrevemos a solicitar certificado de buena conducta.
-Tal vez por eso yo siempre tengo miedo cuando entro en la policía -dijo Juan-. Nadie tiene el protuario en blanco, che.
-Andá a saber -dijo Andrés- si las cosas que tomamos por desgracias o enfermedades no son simplemente sanciones. Me imagino que el viejo Freud no decía otra cosa, pero yo pienso ahora en la calvicie, por ejemplo. ¿No te parece que a lo mejor los calvos sucumben a un inconsciente-Dalila, o que los artríticos se dieron vuelta a mirar lo que no debían? Una vez soñé que me castigaban con la pena capital. Entendé que no aludo a la muerto: todo lo contrario. La pena era capital porque consistía en vivir del otro lado del sueño, acordándome todo el tiempo que lo había olvidado, y que el castigo era eso, haberlo olvidado.
-Abel hablaba así a veces -dijo Juan-. Su nombre sindicaba como víctima jugosa. Tal vez por eso anda con ganas de dar vuelta los papeles, se hace el malo con los espejos.
[Julio Cortazar, El exámen]
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